15/08/2017
La simplicidad

Nos encanta escuchar estos testimonios. No todos los días el Señor nos sana milagrosamente de una enfermedad o nos libra de algún peligro grave, pero diariamente Él concede bendiciones simples para recordarnos que nos ama.

El Señor respondió la oración de esta hermana de una forma inesperada. Demostró que se preocupa por todo lo que ocurre en nuestra vida, desde los pormenores hasta los asuntos más importantes y ¡también los intermedios!

Leí el testimonio del hermano que perdió la llave de su dormitorio y me infundió mucho ánimo. Esa mañana, mientras limpiaba la cocina, pensé: “Señor, me encantaría poder compartir un testimonio y darte toda la gloria”. El Señor es tan bondadoso que ese mismo día contestó mi oración a lo grande.

Nuestro trabajo requiere que viajemos mucho; recorremos pueblitos por toda Dakota del Sur. Llevábamos un remolque muy cargado por una carretera solitaria de dos carriles para realizar un trabajo en una zona alejada, a cuatro horas de nuestra casa.

Mientras subíamos una pendiente, la camioneta empezó a perder potencia. Cuando llegamos a la cima, apenas nos manteníamos a ocho kilómetros por hora. Nos detuvimos para averiguar qué ocurría. Mi esposo pensaba que la trasmisión estaba perdiendo agarre.

Al cabo de unos minutos, arrancamos; pero no lográbamos que la camioneta excediera treinta kilómetros por hora. Se encendió la luz de falla en el motor. Intentamos de nuevo y apenas avanzamos unos kilómetros, pero no podíamos acelerar. Me avergüenza reconocer que empecé a pensar: “Estamos en medio de la nada; ¿qué vamos a hacer?”.

Una grúa se tardaría horas en llegar, sin considerar que necesitaríamos dos: una para la camioneta y otra para el remolque. Entones recordé lo que oré esa mañana. Me sentí un poco avergonzada cuando se lo conté a mi esposo. Paramos de nuevo y saqué el paño por el que oró el Hermano Branham durante las reuniones de los Sellos de este año en el tabernáculo. Lo coloqué sobre el tablero del carro y mi esposo dijo: “Oremos”.

Cuando terminamos, él encendió el vehículo, aceleró ¡y nos pusimos en marcha! No surgieron más problemas, a excepción de la luz del motor, que seguía encendida. Mi esposo no pudo llevar la camioneta al taller hasta dos semanas después.

Antes de que el mecánico la revisara, se desactivó la luz del motor. Cuando examinó los códigos del ordenador de la camioneta, no encontró ningún registro de fallos. Ese es mi testimonio y que el Señor Jesucristo reciba toda la honra y gloria. Además de reparar nuestra camioneta y ahorrarnos una espera de horas junto a la carretera, evitó que se estropeara nuestra apretada agenda laboral y nos brindó una oportunidad de expresar lo amoroso y atento que es Él.

Me siento tan alegre, humilde y agradecida que puedo decir: ¡soy uno de ellos!

La Hermana Debby