28/08/2015
Testigo

Esta hermana comenzó el día de la mejor forma: con su Tiempo a Solas. El Señor le mostró el testimonio de otro creyente y le concedería la misma oportunidad si tan solo tenía fe. Ella recibió la respuesta a su oración y el Señor nuevamente le demostró que Él está tan pendiente de los asuntos simples como de los importantes.

En la tarde del viernes pasado, mis padres llegaron de Alabama a pasar el fin de semana con mi familia y conmigo. Estaban ansiosos por sorprender a mis nietas al recogerlas de la escuela y por disfrutar el resto del día con nosotros.

Después de la cena familiar en un restaurante local, regresamos a la casa de mi hija mayor a tomar café y comer unos postres. Un poco antes de marcharnos, papá se dio cuenta de que le faltaba uno de sus audífonos. Con mi mamá ayudamos a buscarlo en su ropa y alrededor de donde estuvo sentado; pero fue en vano. Pensamos que quizás se le había caído durante el viaje, así que papá fue con mi hijo menor a buscarlo en el automóvil y de nuevo no encontraron nada. Mamá partió antes que nosotros y con la ayuda de mi hijo mayor inspeccionaron la entrada de mi casa, donde habían estacionado su auto en la mañana. Debido a la oscuridad era imposible ver algo; por lo tanto, suspendimos la búsqueda durante la noche.

A la mañana siguiente, comencé mi Tiempo a Solas leyendo el maravilloso testimonio que envió el Hermano Santana, de Brasil: “La simplicidad”; al igual que él, yo no creo en coincidencias. Cuando leí que el hermano había perdido sus celulares y luego los encontró, sentí que el Señor me daba un empujón para recodarme que yo también soy una creyente y que solo tenía que pedirle que ayudara a papá.

Entonces me arrodillé y dije: “Señor, Tú sabes cuánto me importa papá; él me ha cuidado con mucho amor. Por favor, concédeme esta pequeña petición: ayúdalo a encontrar el audífono que perdió”. Poco después fui a la sala, donde papá estaba leyendo tranquilamente.

—¿Dormiste bien? —pregunté.

—La verdad, no —contestó—. Estaba preocupado por el audífono.

Luego me pidió que le hiciera el favor de buscar el número telefónico del restaurante donde cenamos esa noche. Quería llamar en cuanto abrieran por si acaso habían encontrado el audífono.

Mientras preparaba el desayuno, mamá llegó a acompañarnos en la cocina y también comentó que le preocupaba la pérdida del audífono. En ese momento, papá decidió ir a pie hasta la casa de mi hija para echar otro vistazo donde habían estacionado el auto la tarde anterior. Mamá y yo nos quedamos desayunando en la mesa y ella dijo:

—Qué frustrante ver a papá tan angustiado por eso.

Con plena seguridad en mi corazón, afirmé:

—Todo saldrá bien.

Después de un rato se abrió la puerta principal: papá había regresado. Se acercó a la mesa sin decir una palabra y ¡nos mostró el audífono que estaba extraviado! ¡Mamá y yo nos llenamos de alegría! Levanté mis manos y exclamé:

—¡Gloria a Dios!

Pues yo sabía que era la respuesta a mi oración. Cuando papá se iba a retirar, dije:

—Espera un momento; necesito contarles algo.

No podía desaprovechar la oportunidad de contarles a mis padres, quienes han sido episcopales toda la vida, que acababan de presenciar una vindicación del Dios viviente a Quien yo sirvo, el Único que interviene en la situación por el simple hecho de mover nuestros labios.

Les conté sobre el testimonio del Hermano Santana y que el Señor me había inspirado a orar; que todo fue obra de la bondad y la misericordia de Dios al entregarnos el audífono perdido.

Una hermana humilde y agradecida,

La Hermana Michelle